Por Eduardo Febbro, Página 12, 10 de septiembre de 2017

Si se sumaran hoy mismo los 6,3 millones de desplazados que huyen en Miami de la trayectoria del huracán Irma, desde principios de año hasta ahora habría en el mundo un total de 15 millones de desplazados internos.

Más de la mitad de ese éxodo interior es atribuible a los desarreglos climáticos mientras que el resto corresponde a los conflictos. Si no se tomaran en cuenta los estragos causados por Irma, la cifra alcanza 9,1 millones de personas que tuvieron que trasladarse a otras regiones de su propio país empujadas por las guerras, los conflictos de todo tipo y las catástrofes naturales. Este retrato inédito de los éxodos lo llevó a cabo el Observatorio de las situaciones sobre los desplazamientos internos (Internal Displacement Monitoring Center, IDMC).

Se trata de un organismo fundado en 1998 por el Consejo Noruego para los refugiados cuya vocación consiste en monitorear los desplazamientos de los seres humanos que, por la fuerza, deben moverse dentro de las fronteras de sus propios países. El informe del IDMC correspondiente al primer semestre de 2017 ha registrado porcentajes elevadísimos de este tipo de refugiados que carecen de toda protección o estatuto jurídico suficiente como para contar con la protección de la comunidad internacional. Son los nuevos desventurados de la modernidad en cuyo seno se va esbozando un tipo cada vez más recurrente: el del desarraigado climático.

Entre enero y junio, los refugiados por las condiciones climáticas extremas y aquellos que deben abandonar sus tierras debido a los conflictos comparten porcentajes casi idénticos:4,6 millones de personas oriundas de 29 países escaparon de los conflictos, y 4,5 millones pertenecientes a 76 países desertaron sus regiones por los estragos climáticos. Comparado al balance de 2016, el IDMC constata que durante el primer semestre de 2017 hubo menos desplazados climáticos (24 millones en 2017) y más víctimas de las guerras.

Sin embargo, el panorama es poco alentador en lo que atañe al clima. Los huracanes en el continente americano y el monzón en África y Asia incrementarán el número de exiliados climáticos. Combinados, ambas situaciones extremas muestran un mundo cada vez más inestable y a millones de individuos obligados e elegir entre partir hacia el éxodo o morir en un conflicto o en algún desbarajuste del clima. Toda la parte de África sahariana es la más azotada por los conflictos armados (46% del total), seguida desde luego por Medio Oriente. En apenas seis meses, 997.000 personas tuvieron que desplazarse en la República Democrática del Congo (más que todo 2016) mientras que 992.000 lo hicieron en Irak y 692.000 en Siria.

En lo que atañe a América Latina, según el informe, en México, la violencia desplazó a 311 mil seres humanos. Con respecto al clima, Asia es la zona más golpeada tanto por los desprendimientos de terreno como las inundaciones que azotaron, por ejemplo, las provincias del sur de China en junio (858 mil desplazados) o el ciclón tropical Mora que en mayo y junio barrió Bangladesh, Myanmar y la India (851 mil desplazados). A estos factores de conflictos y clima se le suma el de la pobreza, que incrementa los estragos. A veces, guerras y clima se combinan para estrangular a las poblaciones. Ese es el caso de Somalia donde la sequía histórica condujo al país al abismo del hambre y a 800 mil personas a desplazarse hacia los centros urbanos. La ayuda humanitaria internacional apenas pudo articularse a raíz de las devastaciones que causa la guerrilla islamista del grupo Al-Shabab. En total, a finales de 2016 había en el mundo 40 millones de personas que vivían fuera de sus tierras de origen por culpa de los conflictos armados.

El subdesarrollo aparece igualmente como una variable de las catástrofes. Cuanto más pobre es un país, más expuesto está a pagar las consecuencias de los golpes del clima. En muchas regiones del mundo los fenómenos climáticos extremos están anticipados por los organismos internacionales de monitoreo (lluvias, inundaciones) pero el país no cuenta con los medios para aplicar políticas de prevención. Nigeria, Sudán del Sur, Somalia o Yemen, en estos cuatro países 20 millones de personas viven bajo la amenaza constante del hambre, lo que constituye, según lo definió el Secretario General de las Naciones Unidas, Antonio Guterres, “la crisis humanitaria más gravé desde la Segunda Guerra Mundial”. A estas cuatro naciones se le suman otras 37 país que, según la misma ONU, requieren asistencia inmediata.

En casi todas partes la tenaza del clima y las guerras desembocan en la misma catástrofe que recuerda a las sufridas en Biafra (1967-1970), Sahel (1969-1974), Somalia (1991 y luego 2011), Etiopía (1983-1985) o Sudán (1998). Las sequías vuelven a ser ahora un factor determinante de las hambrunas al tiempo que las guerras internas traban los desplazamientos o dejan a los refugiados en manos de bandas incontroladas. En Zimbabue, Uganda, Tanzania, Mozambique o Lesoto el cambio climático ha modificado el ritmo y la riqueza de las cosechas, provocados sequías o lluvias torrenciales que destruyeron los cultivos o mataron al ganado. Con 7,3 millones de personas amenazadas por el hambre Yemen se ha convertido en la antesala de la muerte, seguido por Sudán del Sur, 6,1 millones, Nigeria, 5,1 millones, Somalia, 2,9 millones. Estas situaciones, sin embargo, hubiesen podido administrarse de otra forma si en cada uno de los países azotados hubiese un atisbo de democracia o de organización estatal.

La configuración actual tiende a darle la razón a la premio Nobel de la Paz Amartya Sen, para la cual el hambre surge allí donde la democracia no existe. La multiplicación de los conflictos (Siria por ejemplo) o las catástrofes climáticas crea también un colapso entre los países donantes de ayuda humanitaria. La Oficina de Coordinación de asuntos humanitarios de la ONU, OCHA, estima que en 2017 unas 130 millones de personas necesitan asistencia humanitaria a lo largo del planeta. Hacen falta 22 mil millones de dólares, lo que representa el doble que hace una década atrás. Lejos, muy lejos de los juguetitos tecnológicos, de internet, los nuevos modelos de móviles o los objetos conectados, millones y millones de personan mueren por las causas más primitivas de la historia humana: el clima, las guerras, el hambre.

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