Por Eric Holt-Giménez and Miguel Altieri, Food First, 18 de octubre de 2016

La Revolución Verde es un modelo tecnológico estandarizado que pretende desarrollar agrícola mundial y que surgió en el “granero” de los Estados Unidos. Tras la II Guerra Mundial, los Estados Unidos convirtieron sus “espadas en arados” transformando grandes reservas de nitrato y veneno usados durante la guerra en fertilizantes y en pesticidas, y restaurando las fábricas de armamento con el fin de construir nuevas—y grandes—máquinas agrícolas. Produjeron semillas hibridas que respondían a la irrigación y a los insumos químicos. Estalló la agricultura industrial.

Los agricultores estadounidenses compraron rápidamente todas las nuevas tecnologías que necesitaban. Entonces semillas, agroquímicos y maquinarias empezaron a acumularse en los almacenes y bodegas. Como solución al problema de excedente industrial, se exportó el modelo de producción agrícola industrial hacia distintos ámbitos geográficos, culturales y sociales del hemisferio sur.

Carl Sauer, un profesor de geografía muy respetado de la Universidad de Berkeley California, con amplia experiencia en la agricultura latinoamericana, fue inicialmente contratado por la Fundación Rockefeller como asesor del programa estadounidense Mexican Agricultural Program (Programa Agrícola Mexicano), acerca de la posibilidad de exportar tecnologías agrícolas estadounidenses a México, supuestamente para aumentar la seguridad alimentaria mexicana. Sauer aconsejó a Rockefeller fuertemente en contra de este enfoque:

“Un grupo de agrónomos agresivos y productores estadounidenses podrían arruinar para siempre los recursos naturales, sólo para promover las reservas estadounidenses… y México no puede orientarse hacia la estandarización de algunos productos comerciales sin afectar desesperadamente su economía y su cultura local. A menos que los estadounidenses lo entiendan, harían mejor manteniéndose totalmente alejados de este país. Para abordarlo es preciso revalorar la solidez de las economías locales.” [i]

La Fundación Rockefeller descartó las preocupaciones de Sauer y, a pesar de la existencia de una oposición interna, llevó a cabo su proyecto; un proyecto que se convirtió en una campaña de 50 años, llamada la Revolución Verde.

Gracias al crédito subvencionado y al apoyo de instituciones internacionales y de programas gubernamentales, la Revolución Verde se extendió hacia millones de agricultores de los países del sur. Un programa de inversión masivo permitió incrementar la producción alimentaria mundial, exponencialmente.

Sin embargo, las predicciones de Sauer se hicieron realidad: dado que la tecnología requiere capital, la producción se concentró en fincas grandes y se concentró cada vez en manos de pocos agricultores; en las mejores tierras agrícolas. Los pequeños agricultores fueron desplazados hacia los terrenos frágiles y a la frontera agrícola de las selvas tropicales. Si bien se les ofrecieron créditos baratos con el fin de comprar semillas y agroquímicos de la Revolución Verde, estos insumos no tardaron en destruir la fertilidad de sus suelos y en erosionar su diversidad genética local. Los rendimientos cayeron, millones de pequeños agricultores quebraron económicamente, y se perdieron millones de hectáreas de selvas y de tierras agrícolas.

La Revolución Verde fue desastrosa para los países del sur. En medio del desastre los agricultores lucharon para seguir trabajando en sus tierras y para restablecer la integridad ecológica de sus sistemas agrícolas. Encontraron una vía con la agroecología.

Aunque numerosos académicos occidentales afirmen que el término de agroecología fue originalmente inventado por científicos europeos a principios del siglo XX,[ii] la agroecología se fundamenta en la lógica ecológica de la agricultura campesina e indígena, aún extendida en varias partes del mundo en desarrollo.[iii]

Hace treinta años, agroecólogos latinoamericanos sostuvieron que los sistemas desarrollados por los campesinos tradicionales durante siglos podían constituir un punto de partida para mejores estrategias de desarrollo agrícola a favor de los pobres.

Desde el principio de los años 80, centenas de proyectos de agroecología—incorporando a la vez elementos del conocimiento tradicional y de la ciencia agrícola moderna—fueron impulsados en toda América Latina y en otros países del mundo en desarrollo. Numerosos proyectos agroecológicos demostraron los beneficios que aportan a las comunidades rurales a lo largo del tiempo, mejorando la seguridad alimentaria gracias a una alimentación local sana, reforzando sus recursos de base (suelos, biodiversidad, etc.), preservando su legado cultural y el modo de vida de los campesinos o de familias de agricultores, y promoviendo la resiliencia ante el cambio climático.[iv]

La agroecología contribuye también al proceso de “re-campesinización” a través del cual, a diferencia de la tendencia general de migración desde el campo a la ciudad, pequeños agricultores vuelven a sus tierras agrícolas. Para las organizaciones campesinas, la agroecología resultó vital en su lucha por la autonomía: les permitió reducir su dependencia de los insumos externos, los créditos y el endeudamiento, y también recuperar su territorio.[v]

Al ser desarrollados y compartidos en muchos casos a través de una vasta red social de Campesino a Campesino, los enfoques agroecológicos del campesinado son parte integral de muchas luchas agrarias por reformas agrícolas y comerciales, así como de movimientos campesinos contra la expropiación de la tierra y las industrias extractivas. Para ellos, la agroecología no sólo es un proyecto científico o tecnológico, sino también un proyecto político de resistencia y de supervivencia. Es una ciencia, una práctica y un movimiento.

En América Latina, a menudo se percibe la agroecología como una ciencia aplicada, arraigada en un contexto social que cuestiona la agricultura capitalista y que se asocia a los movimientos agrarios. En teoría, los agroecólogos latinoamericanos apoyan a la vez el desarrollo agrícola desde la base y la resistencia campesina, contra la agricultura corporativa y contra las políticas comerciales neoliberales.

La agroecología se está propagando en Estados Unidos y en Europa. Es una buena noticia. Sin embargo, al igual que la difusión de la Revolución Verde en el sur, la difusión de la agroecología en el norte ha sido objeto de una disyuntiva política.

En el hemisferio norte—y especialmente en los Estados Unidos—la dimensión política de la agroecología es problemática, ya que el hecho de cuestionar las causas profundas de la destrucción socio-ambiental de la agricultura industrial implica cuestionar el capitalismo mismo.

Se requiere una crítica radical— yéndose a las raíces del problema—que va más allá de cambios menores o de “enverdecer” el modelo económico neoliberal que a veces se difunde como si fuera un cambio sustancial. Esto coloca a la agroecología fuera de los programas gubernamentales, no-gubernamentales y universitarios convencionales; y dentro de la resistencia de los movimientos sociales a favor de la soberanía alimentaria, de la autonomía local, y del control comunitario de la tierra, del agua y de la agro-biodiversidad.[vi]

Pero en los Estados Unidos como en Europa, la agroecología no está arraigada en fuertes movimientos agrarios. El debate agroecológico de los países del norte es dominado por un coctel ecléctico de argumentos apolíticos (en otras palabras: que evitan el tema del capitalismo), ampliamente promovido por los consumidores, los académicos, las instituciones mundiales, las grandes ONG y las filantropías. Este campo institucional usa una gran variedad de términos (intensificación sostenible, agricultura climáticamente inteligente, sistemas de producción diversificados, etc.) para definir la agroecología de manera reformista y como un conjunto de herramientas complementarias que permiten mejorar la caja de herramientas de todos. Grandes como pequeños, orgánicos como convencionales…un poco más de agroecología podría mejorar las relaciones entre todos.

La cooptación de las prácticas agroecológicas hará la agricultura industrial un poco más sostenible y un poco menos explotadora; pero esto no cuestionará las relaciones de poder subyacentes en nuestro sistema alimentario. Por otra parte, la versión “lite” de la agroecología no tiene en cuenta el hecho que los monocultivos industriales y de gran escala dañan la existencia de los pequeños agricultores que cultivan agroecológicamente. Las voces de los productores agroecológicos—de las comunidades afroamericanas, latinoamericanas, indígenas y asiáticas, de los pequeños agricultores y de los agricultores urbanos—así como de los consumidores de bajos ingresos económicos, de los académicos progresistas y de las ONGs que critican la agricultura convencional, son marginadas o silenciadas en este discurso.

La agroecología—como contra-movimiento a la Revolución Verde—se encuentra en una encrucijada, luchando contra la cooptación, la subordinación, y los proyectos reformistas que borran su historia y excluye su definición política.[vii] Una agroecología despolitizada carece de sentido social, está desconectada de las realidades agrarias, es vulnerable al régimen alimenticio corporativo y aislada del poder creciente de los movimientos de soberanía alimentaria mundiales.

La agroecología tiene un papel decisivo en el futuro de nuestros sistemas alimentarios. Si es cooptada por las tendencias reformistas de la Revolución Verde, el contra-movimiento agroecológico será debilitado, el régimen alimentario corporativo será sin duda reforzado, y las reformas sustanciales a nuestro sistema alimentario serán muy poco probables. No obstante, si los agroecólogos formaran alianzas estratégicas con los movimientos agrarios y de soberanía alimentaria—al interior como al exterior del territorio nacional—el contra-movimiento sería reforzado. Un contra-movimiento fuerte podría generar una voluntad política considerable a favor de la transformación de nuestros sistemas alimentarios.[viii]

Ya sea que reconozcamos política de la agroecología, o que tratamos de esconderla, son precisamente estas politicas agrarias las que determinarán el futuro de nuestra agricultura.

Por Eric Holt-Giménez y Miguel Altieri

Octubre de 2016

Traducción: Coline Charrasse.

Notas

[i] Jennings, B. (1988) Foundations of International Agricultural Research: Science and Politics in Mexican Agriculture. Boulder CO: Westview Press.

[ii] Wezel, A., S. Bellon, T. Doré, C. Francis, D. Vallod and C. David. (2009) Agroecology as a science, a movement, and a practice. A Review. Agronomy for Sustainable Development, 29(4): 503–515.

[iii] Altieri, M.A. (2002) Agroecology: the science of natural resource management for poor farmers in marginal environments. Agriculture, Ecosystems and Environment. 93: 1–24.

[iv] Altieri, M.A. and C.I. Nicholls. (2008) Scaling up Agroecological Approaches for Food Sovereignty in Latin America. Development, 51(4): 472–80. URL: aquí

[v] Van der Ploeg, J.D. (2009) The New Peasantries: Struggles for Autonomy and Sustainability in an Era of Empire and Globalization. Earthscan, London, 356 p.

[vi] Rosset, P.M. & Martinez-Torres, M.E. (2012) Rural Social Movements and Agroecology: Context, Theory and Process. Ecology and Society, 17: 17-26

[vii] Roland, P. C, and R. W. Adamchak. (2009) Tomorrow’s Table: Organic Farming, Genetics and the Future of Food. Oxford, UK: Oxford University Press.

Tomich, T., S. Brodt, F. Ferris, R. Galt, W. Horwath, E. Kebreab, J. Leveau, et al. (2011) Agroecology: A Review from a Global-Change Perspective. Annual Review of Environment and Resources 36(15): 1–30.

[viii] Holt-Gimenez, E and M.A. Altieri 2013 Agroecology, Food Sovereignty, and the New Green Revolutio